VIDA DE SAN LIBORIO OBISPO
CENOMANENSE, FRANCIA
Nació en Cenomense una ciudad de Francia y que está cerca
de Turón donde San Martín fue obispo y contemporáneo suyo, como nos lo relatan
los obispos que le sucedieron. Su
nacimiento probablemente fue por los años trescientos en los principios de
aquel siglo, aunque no se sabe en año, ni el día exactamente, sabemos que fue
en el tiempo del emperador Teodosio.
De su infancia y juventud, se escribe que desde el pecho
de su madre fue inclinado a la virtud, al culto, a la veneración de los santos,
a servir en el altar, ocuparse en las celebraciones de la Iglesia, asistir a
misa y oír los sermones. No se le vio a este siervo escogido por Dios
inclinaciones al mal, mas bien siempre dio olor suavísimo de buenos ejemplos,
porque fue humilde como la tierra, obediente y a la voluntad de sus padres y
maestros; nunca se le vio desobedecer, ni tuvo riñas o discordias con sus
iguales, se mostraba afable a todos y en aquella edad era sensible con los
pobres y necesitados; fue siempre pacífico, manso, quieto, temeroso de Dios que
se puede afirmar sin temor a equivocarse que se cumple en él lo que dice Isaías
66 “Varón justo y escogido de Dios que se derramó en su alma la gracia de Espíritu Santo con la abundancia
de sus dones…”preparándole así para su futura misión de prelado, pastor de sus ovejas y maestros de
su Iglesia.
Uno de los dones divinos que resplandeció en este santo
desde su infancia fue el entendimiento y
la sabiduría; poseía un vivo y despierto ingenio para las letras, habilidad
para el estudio. Mas que causarle envidia a sus condiscípulos, le admiraban, le
amaban y estimaban reconociendo en sus acciones el don del Espíritu Santo.
Enseño a sus discípulos desde la
filosofía humana, la sabiduría divina, el temor de Dios, la piedad con el
prójimo, la salvación de las almas, en primer lugar la propia, pues seria un
error olvidarse de si mismo por cuidar la salud ajena. Estas y muchas virtudes
enseñaba este gran santo, mas con sus ejemplo que con sus palabras.
Llegando el siervo
de Dios a la edad de casarse, lo primero que hizo fue cerrar los ojos a la
carne y a todo cuanto brilla en el mundo y es apreciado por los hombres,
colocando su mirada en el mayor servicio de Dios y provecho de sus alma;
después de mucha oración y consulta con Dios, con personas espirituales, doctas
y atendiendo a la mayor gloria de Dios, penitencia, mortificaciones y ayuno,
recibe las sagradas órdenes de Subdiácono, Diácono y sacerdocio. Con igual gozo
de su alma y júbilo de toda la ciudad, mirándole como Ángel del Cielo cuando
estaba en el altar: su modestia, humildad y ejemplo de vida. Faltan palabras y
sobran obras, para decir las que el santo hizo en el nuevo estado de sacerdote,
si había sido un Ángel ahora era querubín y Serafín; Querubín en la ciencia y
Serafín en el amor.
Después que se consagró a Dios, todo su ser lo ofrendó al
servicio de Dios, del altar, a los oficios divinos y al de sus hermanos. Como
clérigo, guardó la modestia, y compostura, era dócil y manso de condición,
prudente y próvido en toda sus acciones, previniendo los riesgos en que podía
caer; su manera de ser le colocaba en un estado como si viviera en la corte
celestial: tan firme, arraigado en Dios, que de ninguna cosa tuvo temor, en él
siempre confió y tuvo firmeza en la fe y tolerancia en los trabajos.
Fuera de esto, se puso un estilo de vida con
rigurosísimas leyes, para no mirar, hablar, gustar, ni oír, sino lo que fuese
la voluntad de Dios y repetía muchas veces que no es justo hacer ni apetecer
cosa alguna que le pesase después. Traía siempre a mano la regla de la ley y la
razón para ajustar todas sus acciones y deseos a la perfección; como el diestro
artífice nivela las piedras de su edificio, San Liborio la nivelaba con la voluntad de Dios, para lo cual usaba
de continua mortificación, refrenando sus pasiones para que no pisaran los
lindes de la razón y menos de la ley de Dios.
De este continuo estudio y vigilancia que tuvo sobre si
mismo le nació el ser tan modesto y tan casto en lo interior y exterior que fue
un espejo cristalino de honestidad y santidad a cuantos conversaban con él. Su
comida tan moderada que era un continuo y riguroso ayuno, el sueño corto, la
oración larga, en su oficio clerical continuo y el más perseverante, era el
primero que colocaba el hombro a llevar la carga, imitando a Cristo que puso el
suyo a la cruz para salvarnos.
Que diré de su rectitud en la justicia de la equidad en
sus determinaciones de su valor en refrenar a los malos, de su piedad con lo
pobres y afligidos, la caridad con los enfermos, la asistencia a los
hospitales, el amor con que recibía, corregía y animaba a los que venían a sus
pies a confesar sus pecados. El tiempo que no gastaba en el culto Divino y la oración publica lo dedicaba a sus
fieles a ejemplo de Cristo y sus apóstoles.
No se puede ocultar la grandeza de las obras que realizó
San Liborio, por más que se esboze de nubes, ni pudo este santo, encubrir al
mundo los relevantes rayos de sus esclarecidas virtudes, por más diligencias
que pudo su profunda humildad. Su fama voló por toda Francia, se extendió por
Alemania, Italia y llegó a Roma.
En el año trescientos cincuenta, muere Pavacio el obispo
de Cenomanense un varón consumado en todo género de virtudes y como tal llorado
por aquella noble ciudad, como huérfana sin padre y destituida de la luz de su
maestro, lamentando la triste falta de su doctrina y clamando juntamente a Dios
para que le diese un prelado tal, que restaurase
la pérdida del que habían perdido. Después de larga y fervorosa oración
acompañada con ayunos, limosnas, penitencia y sacrificios, etc. Vino el
Espíritu Santo sobre todos, que hablando por su boca a una voz eligieron a su
ciudadano Liborio tan conocido por el
resplandor de sus virtudes, como por el de sus letras y linaje, confesando que
en su persona restauraban la pérdida de sus antecesor Pavacio. Todos se
alegraban y sólo el santo lloraba teniéndose por indigno de aquella suprema
dignidad, la cual reusó cuanto pudo, pero no le valieron sus diligencias. Su
elección fue el año trescientos cincuenta, imperando Constancio, no se tiene
precisión el día en que sucedió.
Fue aquel siglo de los más felices que ha tenido la
Iglesia porque en él florecieron San Silvestre Papa y el gran Constantino
Emperador bautizado por su mano y que ayudó mucho a la Iglesia. Florecieron así mismo los Santos prelados San
Nicolás Obispo de Mira y San Martin Obispo de Turón en Francia, varones tan
milagrosos en vida y muerte, fueron los primeros Santos confesores que rezó la
Iglesia junto a muchos que hizo alusión el Concilio Niceno, siguió nuestro glorioso San Liborio no
inferior en las virtudes en el celo de las almas, en la vigilancia del oficio
pastoral en la muchedumbre y grandeza de milagros.
Nuestro Santo Obispo fue consagrado en la ciudad de
Cenomanense, según los ritos de la Iglesia con grandísima solemnidad, cual
pueblo de Israel cuando elevándose Elías al cielo dejó en la tierra su
discípulo Elíseo que fue todo su consuelo, de la misma manera decían que
subiendo al cielo su santo pastor Pavacio le dejó su espíritu dejando como
sucesor a San Liborio para que fuese padre, luz, consuelo y esperanza.
San Liborio como antorcha en el candelero de la Iglesia, comenzó a resplandecer con virtudes y ejemplos
admirables que edificaba a todos, con obras de camino hacia el cielo de vida
penitente y ejemplar. En el estado clerical hizo vida tan penitente y ejemplar,
en el de obispo la hizo más excelente, doblando los ayunos y las vigilias,
lacerando su cuerpo con disciplina, silicio y aspereza. Se puso rigurosas leyes
de retiro y silencio, cuando le permitían sus obligaciones, gastaba muchas
horas en oración retirado con Dios, sus Ángeles y con los santos que moraban en
el cielo. Nunca moró la renta de su
obispado como suyas, sino como de los pobres de quien se tenia por siervo y
administrador solamente y como tal la repartía, sin tomar para si, más que lo
precisamente necesario para sostener la vida.
Comenzando con su persona y familia, trató de reformar
las costumbres de sus ovejas enseñándole primero con su ejemplo y después con
sus palabras, entabló la distribución del tiempo dando parte a la oración mental
como vocal; parte del estudio de las sagradas letras y parte a los negocios
ocurrentes en que entraban las causas de los pobres, visita a los hospitales y
el consuelo de los huérfanos. Ninguno le vio ocioso, siempre ocupado en tantos
ejercicios, y en los ministerios de su obispado, persuadido que le debía dar
cuenta a Dios, no solamente de su alma sino de todas las que tenía a su cargo y
que debía ser sus vida tanto mejor que la de sus ovejas, nunca dejó de
predicarle la Palabra de Dios y proclamarle el santo evangelio, juzgando que
como buen pastor todos los días da el pasto a sus ovejas, así le corría la obligación
de dar como como pastor, el pasto espiritual a las suyas; y si bien se mira a todas horas
le daba con su ordinario ejemplo que era el sólido y sustancial alimento;
porque no hubo virtud que nos procurase entrañarla en el corazón de sus amadas
ovejas, nunca persuadiendo alguna que nos la ejerciese primero de que son
buenos testigos los historiadores afirmando que el que deseare aprender la
honestidad, modesta prudencia, afabilidad,
desprecio de si, la paciencia, integridad de costumbres y la pureza de
vida mirándose en la de San Liborio como en cristalino espejo aprendían la
perfección de todas la virtudes porque era un dechado de ellas, así obrando y
predicando llegó este pastor
incomparable a ser maestro grande y doctor esclarecido rigiendo con la luz de
su doctrina. Quitando muchos abusos, arrancando de cuajo las malezas y espinas
de muchos vicios convirtiendo gran suma de pecadores, reduciendo a mejor vida y
sacando de las tiniebla de sus errores a muchos de sus fieles.
Después de haber, el gloriosos santo las costumbres de su
obispado y promovido el estado eclesiástico con el ardiente celo que tenia la
gloria de Dios y provecho de las almas, se dedicó al culto divino y en
adornarle y disponerle con tal ornato que engendrase devoción en el corazón de
todos y a celebrarle.
A este fin y el de cumplir enteramente a sus obligaciones
dividió sus rentas en tres partes, la primera para todos los templos vivos de
Dios, sus amados pobres con quien fue siempre liberalísimo; la segunda para el
culto divino y edificación de los templo ornato de los altares y celebridad de
las fiestas de Dios y de sus santos; y la tercera para el sustento de sus casa y familia siendo
aquella tan corta que con dificultad alcanzaba a lo más preciso juzgando que
era más justo, que faltase para el que para los pobres y celebridades de las
fiestas siendo tal su devoción que no
pocas veces se ocupaba en adornar los altares con sus manos asumiendo el oficio
de sacristán diciendo que no era sólo de hombres, sino de Ángeles como
camareros de Dios que asisten a sus altares a adornarlos.
Para atraer más a la gente a las celebridades de sus
fiestas, a la oración y culto divino, exhortaba a sus pueblo a la frecuencia de los templos y oratorios, haciendo que fuesen tan visitados
los teatros, las casas de juegos y las de Dios tan olvidadas de los fieles por
cuyo motivo: decía, les venia los castigos que padecía y eran juntamente
privados de las grandes mercedes que suele el Señor hacer a los que frecuentan
sus casas y oratorios. Para esto puso particular cuidado en la música y canto
de las horas canónicas y en facilitarles su frecuencia quitándoles todas la
dificultades que podían retardarlos, por lo cual considerando que había pocos
templo en la ciudad y que muchos por vivir apartados y lejos del comercio y de los oratorios no venían a ellos; edificó
17 Iglesia en los barrios mas poblados y más retirados del comercio para que
teniéndolas a mano la frecuentase, fundó capellanías, rentas para los
eclesiástico, curas, beneficiados, sacristanes y clerizones y juntamente
confesores que asistiesen a los confesionarios en horas determinadas y proveyó
también, de predicadores que dijese la palabra de Dios a los que allí se
juntasen y hasta para la cera de los altares y el aceite de las lámpara
estableció renta perpetua, para que no le faltase nada cuyas diligencias
nacidas de sus santo celo se lograron de manera que las vidas de los hombres se
trocaron en vidas de Ángeles y la ciudad parecían un barrio de la corte
celestial.
Otras muchas cosas utilísimas estableció en su obispado
cuya memoria ha sepultado el tiempo entre las cuales se encuentran las ordenes
que se celebró en numero noventa y seis en las cuales ordenó doscientos
dieciséis sacerdotes siento setenta y
seis diáconos y noventa y tres sub diáconos
y otra gran suma de clérigos de órdenes menores; conformó convenio para
el servicio de las Iglesia y culto divino exhortando a todos a vivir
ejemplarmente, que fuesen normas de santidad a los seglares como los Ángeles,
respectos de los hombres.
Cuarenta y nueve años había gobernado Liborio su Iglesia
como santo solícito pastor amado de Dios y de los hombres resplandeciendo en el
mundo como un sol de gran santidad y raro ejemplo de devoción: cuando llegó el
año cuatrocientos año de júbilo universal para todos en que según la ley
antigua todas las cosas volvían a su dueño y los siervos a su libertad Dios le
concedió a su fidelísimo siervo Liborio, saliese de la esclavitud de este mundo
y volviese a la patria celestial y su alma que había salido de las manos de
Dios, volviese a él , llenas de altas
riquezas y grandes merecimientos para gozar de la gloria que tiene prometida a
los manso y humildes de corazón.
Entrando pues, en el año cincuenta de su obispado y cerca
de ciento de su edad le dio una flaqueza grande con penosos accidentes que le
llevaron a la cama faltándole las
fuerzas para trabajar y luego conoció el siervo de Dios que era aviso del
altísimo que tocaba a su puerta con aquella enfermedad y le llamaba la partida a
la patria celestial y dando muchas gracias cantó como cisne aquel verso de
David: Letatus sum in bis, qua dicta funt mibi: in domum domini ibimus .(Sal
121) mi alama se goza con la nueva que me dan de que la fe lleva a la partida
de la casa del Señor y dando de mano a todas las cosas de este mundo, fijó los
ojos de los de su alma en la celestiales y divinas disponiéndose para la
partida a la eternas moradas donde estuvo siempre con el corazón.
Tuvo (como dijimos arriba) el glorioso San Liborio el
conocimiento con el bienaventurado San Martin obispo de Turón y reconociendo
que se llegaba el tiempo de su partida deseó verle aquella hora y recibir de su
mano los santos sacramentos de la Iglesia y encomendarle sus ovejas, como gran
santo y pastor. Dios nuestro Señor siempre atento al consuelo de sus siervos
envió un Ángel a San Martín el cual le dijo en oración que fuese a la ciudad de
Cenomayna porque su amigo el obispo estaba enfermo de partida para el cielo y
la voluntad de Dios era que le asistiesen aquel trance postrero. Oída esta
embajada el santo obispo se puso en camino, con gran diligencia a ver a su
amigo deliberando por el camino qué persona había de quedar en su silla como
obispo de aquella ciudad; y entrando por unas viñas vio a un diácono llamado Victurio
discípulo querido de San Liborio el cual estaba
rezando las horas canónicas de la Iglesia con mucha devoción y en
compañía de los Ángeles cantando las alabanzas de Dios. San Martín se detuvo
contemplando atentísimamente su modestia y devoción. Y Dios le reveló que aquel era el escogido como
sucesor de San Liborio y llegándose
cerca le saludo con mucha claridad y muestras de benevolencia diciendo: Dios os
guarde y prospere nuestro futuro obispo; el buen diácono se humilló al oír
estas palabras. Turbado, enmudecido su lengua, sin hallar respuesta a tales
palabras San Martín persiguió diciendo y haciendo le dio su báculo exhortándole a recibir
aquella dignidad que Dios le enviaba.
Llegó el santo a la ciudad, adonde halló a San Liborio en
el extremo de su vida y su principio de la eternidad, aquí faltan palabras para
declarar el júbilo espiritual que tuvieron los dos santísimos obispos en esta
visita: abrazándose ternísimamente y bañados en un mar de gozo y confortación.
Acercándose a San Liborio la hora de la partida, San
Martin le administró los santos sacramentos de la Eucaristía y extremaunción
con inefable devoción de ambos santos y con la misma le asistió hasta que
expiró acompañándole los ángeles que llevaron su alama a la corte celestial y
la presentaron a la majestad de Dios.
El glorioso San Martín dispuso su entierro en un templo
sumptuoso, que Juliano, primer obispo de la ciudad había edificado en nombre de
los doce apóstoles de Cristo en sepulcro
honorífico y fue muy conveniente que tuviese lugar en los apóstoles ya que
había sido apóstol en la vida y en la predicación. Innumerables pueblos acudió
a las honras llorándoles como Padre y venerándoles como santo, procurando por
si alcanzar cada uno algo de sus reliquias por las cuales obró Dios muchos
milagros, lanzando demonios de los cuerpos y sanando de varias enfermedades,
paralíticos, cojos, mancos epilépticos aquejados de mal de hijada, piedra y
orina. Declarando el cielo que le daba la abogacía de estas enfermedades como
se ve hasta hoy en los muchos que por su intercesión sanan.
Acabadas las exequias según los ritos de la Iglesia hizo
San Martín al pueblo de sus loores, alabanzas como verdaderos santos que dio y
da el cielo continuamente testimonio con innumerables milagros que obra por su
intercesión en ambas partes, acabado el sermón juntó el clero y por voto de
todos declaró y consagró al diácono Victurio como obispo de aquella ciudad y
sucesor de San Liborio a quien imitó en la vida y vigilancia de tanto, y
vigilante prelado.
La muerte de San Liborio fue el 23 de julio del año 400,
siendo (según el cardenal Baronio) pontífice Anastasio y emperadores los dos
hermanos hijos del gran Teodosio, Honorio y Arcadio. El martirologio romano dice que fue obispo cuarenta y nueve
años y alcanzó el reinado de Valentiano, Graciano y Teodosio.
En la vida que anda impresa del invicto emperador Carlos
Magno llamado el santo por sus heroicas virtudes. Este emperador a costa de
inmenso trabajo y sangre de los suyos se dedicó a reducir entre sus moradores
la idolatría e introducirlo a la verdadera fe de Cristo, deseando amplificar la
religión cristiana y el imperio del verdadero Dios por lo cual a costa y
diligencia edificó templos levantó Iglesias, adornó las imágenes, las enriqueció
de ornamentos, cálices, y vasos para el
uso del altar; llevó obispos, clérigos y religiosos y predicadores para que
estableciesen el culto divino y alumbrasen a aquella gente bárbara ciega en la
idolatría y hechicerías, con la luz del santo evangelio. Reduciéndolos
juntamente a una vida política y sociable en ciudades en los pueblo de los
montes y selvas en que habitaban como fieras por los cual los historiadores de
su tiempo le dan título de apóstoles de Sajonia,
como a San Gregorio Magno Inglaterra por haber enviado a ella varones
apostólicos que la convirtieron.
Una, pues, de las principales ciudades de Inglaterra es
la Padebornonce, esta Iglesia catedral y su obispo de los primeros del Reino a
donde al dicho emperador Carlos venia muchas veces a morar y descansar en
ellas, el Sumo Pontífice León lo honró con su preferencia cuando vino de Roma a
pedir de Carlos Magno que le restituyese en su silla de la cual le había echado
el rey de los longobardos con violencia y pasando el tiempo se llegó el año 836
del nacimiento de Cristo, nuestros Señor en que habiendo tomado la silla de
aquella Iglesia fuese electo obispo Badurado varón de gran celo de la gloria de
Dios, aumentó el culto y provecho de las almas , el cual viendo que muchos de sus feligreses no bien
arraigados en la fe se volvían al gentilismo y a las hechicerías antiguas deseó
grandemente atajar este gran contagio y poner freno a tan pernicioso vicio. Y
después de larga oración y prudente consulta con las personas de su Iglesia se
resolvió la necesidad de traer a su ciudad algunas celebres reliquias del santo
muy nombrado y milagroso.
Tomada esta resolución no fue fácil la ejecución de ella
así por la dificultad de hallar tal reliquia como después de hallada; alcanzar
que se la dieran los que la poseían, pero no se acobardó el ánimo del buen prelado
con estas buenas dificultades, porque lleno del espíritu y confianza en la
divina providencia, publicó ayuno en su obispado, hizo públicas procesiones,
ofreció sacrificio y limosnas con tal afecto y perseverancia que mereció
alcanzar de Dios los que pedía. Enviándoles su divina majestad un Ángel que le
dijo que enviara a sus embajadores a la ciudad de Cenomayna, a donde tendría
logro su deseo. Recibió este oráculo divino con increíble gozo de su alma con
acuerdo de ambos cabildos eclesiásticos y seglares. Diputaron cuatro personas,
dos eclesiásticas y dos seglares que fuesen con cartas al rey de Francia, Ludovico como suyas a la dicha ciudad y obispo
a donde llegaron el 14 de mayo del año 18 y fueron de él bien recibidos y
considerada la causa de su venida y la importancia de su pretensión para el
bien de aquella tierra moviendo Dios su
corazón se determinaron a darle el cuerpo de San Liborio, celebérrimo en
santidad y milagros.
Tomada esta resolución trato de ponerla en ejecución, pero la devoción de la ciudad y el
sentimiento de sus moradores y sobrantes contradicción clamando todos por el santo prelado que era todo su
consuelo, amparo, defensa y patrón con Dios pero al fin como era disposición
del cielo venció la resolución del obispo el cual, vestido de pontifical vino
de la Iglesia catedral a donde los santos apóstoles, lugar donde estaba el
santo, y abrió el arca de sus apóstoles y salió un olor celestial que recreo a
cuantos se hallaron presentes sintiendo en sus corazones una suavidad y devoción
grande reconociendo que era la reliquia de San Liborio que buscaban , la
entregaron a los embajadores padebornense
que la recibieron con profunda reverencia y cual estima y devoción; y en el
mismo día fue nuestro Señor servido de regalar a su pueblo por medio del santo,
los milagros siguientes.
A la misma hora que se abrieron las sagradas reliquias a
puerta cerrada para escusar el tumulto de la gente que estaba afuera, una mujer
que hacia muchos años que sufría de ceguera, tan sólo al pronunciar su
nombre recobró la vista enteramente con
igual gozo suyo y admiración del pueblo que mirando tan evidente milagro prorrumpió
con grandes voces en alabanza de Dios y de San Liborio las cuales oyó el obispo
con su clero y derramando dulces lágrimas de devoción cantaron himnos y
oraciones en loor y alabanza de su santo Pastor que vivo y difunto no cesaba de
favorecer y sanar a sus ovejas. A la fama de este milagro vino otra devota matrona con su hijo atormentado
por el demonio como el que trajeron a Cristo, sus padres que lo echaba al agua
y al fuego y los apóstoles no habían podido sanarle, así no había alcanzado
salud para su hijo esta matrona y muchos santuarios que había visitado hasta que
llegando este Día al pueblo en que el sagrado cuerpo de San Liborio estaba en
las manos de los sacerdotes y rogándole con lágrimas tuviese misericordia de su
hijo que le ofrecía; al punto que salió el demonio de su cuerpo y le dejó libre
y sano con admiración de todos tanto eclesiásticos como seglares a una voz
dieron gracias a Dios y al santo por los favores recibidos.
Luego ordenó el obispo que todos en procesión con la
solemnidad posible llevasen el santo cuerpo a la Iglesia catedral para
entregarle allí solemnemente a los embajadores referidos y al entrar por las
puertas dio salud milagrosamente a un cojo que padecía muchos años defectos en
las piernas y al tiempo que inclinó la
cabeza para reverenciarle pidiéndole favor, el santo se la dio con la salud y
fuerzas para seguirle.
Mayor milagro fue el que Dios obró por su medio poco
después en la misma Iglesia dando salud
a un hombre que había nacido con los pies y piernas áridas semejantes al que
los apóstoles sanaron a la puerta del templo de Jerusalén porque oyendo los
milagros que el santo sanaba y trajeron a la Iglesia y acercándose al santo
cuerpo de San Liborio sintió fuerzas en la piernas hasta entonces secos y
muertos, sin vida ni fuerzas para nada y lleno de gozo saltó y corrió a echarse
a los pies del santo dándole infinitas gracias.
Aquella noche quedó el santo cuerpo en la Iglesia
catedral, un ciego de nacimiento se acercó a visitarle como el que sanó Cristo y recibió los ojos y la vista para ver la
sagrada reliquia por cuya virtud a poco tiempo fue libre un endemoniado del mal
espíritu que le atormentaba quedando del todo sano.
La muchedumbre de la gente que concurrió de todas partes fue
tanta que el obispo temió que le impidieran dar el santo cuerpo a los
embajadores, ordenó de mañana una solemne procesión; con toda música y aparato posible vinieron a
la Iglesia de San Vicente que estaba a la puerta de la ciudad para hacer allí
la entrega, pero el alarido del pueblo que creció con los milagros fue tan
grande lamentándose que le quitaban su patrón, su padre, su pastor y defensor y
medianero con Dios, todo su consuelo y amparo armándose contar el obispo que para
quitarlos les hizo una larga plática diciéndoles que allí le quedaban muchos
cuerpos de otros santos y que Sajonia recién convertida necesitaba de amparo y
que Dios había declarado con aquellos milagros que era su voluntad que fuera
San Liborio a honrarlos, el cual desde el cielo siempre lo defendería como su Patrono
y Padre.
Se hizo la entrega
solemne a los embajadores con indecible gozo de sus almas y con el mayor
aparato que pudieron se lo llevaron, siguiéndolo mucha gente, regando el suelo con lágrimas y
obrando en todas partes Dios muchos milagros por él.
No se puede explicar con pocas palabras el gozo con que
los embajadores padebornense caminaban con el rico tesoro del santo cuerpo a
Sajonia, el cual siempre el mismo favorecía y consolaba a los que devotamente
le invocaban y como el sol en el curso de su carrera no cesa de alumbrar y
fertilizar la tierra de sus rayos e influencias de la misma manera el nuevo sol
espiritual de San Liborio en el discurso de su camino no cesó de alumbrar al
mundo con los rayos de santidad y fertilizarles con las saludables influencias
de sus milagros de que son buenos testigos los que ahora refieren.
Al primer lugar donde llegó el santo cuerpo se llama
Pontieuva no lejos de la ciudad de Cenomayna le siguió un hombre mudo y sordo
con grande confianza de alcanzar grande salud. Levantando los brazos al arca en
que iba y clavándolos ya en ella, y en el cielo donde el santo moraba no se
hizo sordo a sus gemidos, le dio oídos para oír y lengua para hablar sin cesar
un momento le dio infinita gracias por la merced que le hizo publicando a
todos, su gran misericordia y santidad
El día siguiente pasaron a otro pueblo y depositaron el
santo cuerpo en la Iglesia de San Merardo
de igual veneración y frecuencia en toda aquella tierra a donde les vino
siguiendo una mujer muy afligida que toda su vida había padecido gravísima
enfermedad sin hallar remedio en médicos, ni en medicina, ni en los santuarios
que había visitado y oyendo las maravillas que Dios obraba por San Liborio le
seguía pidiéndole a voces remedio para su enfermedad, el santo la oyó y sanó al
tiempo que llegaba a la ciudad, hallándose en entera salud la que había
padecido toda su vida penosa enfermedad.
Prosiguiendo el camino llegaron al templo de San
Sinforio, no menos célebre en aquel país que el pasado a donde hospedaron a San
Liborio y parece que en todas partes parece que quiso pagar el hospedaje o
hacer ostentación de su santidad y poder contra los espíritus malignos. Porque
entrando a su vista una mujer atormentada por muchos años de los espíritus
infernales, como la luz destierra las tinieblas así la presencia de la reliquia
de San Liborio desterraron aquella furia tenebrosa que tantos años habían
habitados en el cuerpo de aquella mujer quedando libre de su tiranía buena y
sana y sumamente agradecida y devota al santo que la había sanado.
Continuando su camino, llegaron al monasterio de San
Sulpicio, cuyos venerables monjes recibieron el santo cuerpo con gran
solemnidad y concurrió de los pueblos a venerarle y pedirle mercedes, entre los
cuales trajeron en un carretoncillo a un hombre pobre, contrahechos de pies y
manos las rodillas casi pegadas al pecho y los dedos trabados sin poderse
menear ni entender andando siempre en manos ajenas: los ojos y la boca que
tenia libres puso en San Liborio, mirando su santo Cuerpo con gran afecto de su
alma y pidiéndole a voces misericordia y salud, la cual sin más plazo se la dio
el Santo. Sintiéndose sano de sus miembros al tiempo que invoco su favor y con
gran consuelo se arrojó a los pies de San Liborio dándole mil gracias por la salud que le había dado.
Del monasterio de San Sulpicio pasaron a un tempo
dedicado a San Pedro y a San Pablo y en el camino sanó a un endemoniado que
muchos días había padecido la opresión de los espíritus infernales los cuales
le dejaron libre a la preferencia del
santo.
Consolados y gozosos, los embajadores con tantas y tan grandes maravillas como continuamente Dios obraba por su santo
prelado todo el trabajo del camino se le
convertía en descanso, alegrísimos y devotos con la compañía que llevaban con
la cual vinieron a la amplísima ciudad
de Carloto, a la razón de su obispo Bernuino, varón tan santo como anciano
celebra sínodo diocesano con la flor de la Clerecía de su obispado, el cual así
como supo que llegaba el santo cuerpo a sus ciudad salió con todos sus clérigos
y capitulares en procesión, buen trecho antes que llegase con la música y
aparato posible y recibió el santo cuerpo postrados todos a sus pies adorándole
y reverenciándole con grandísima devoción y lo llevaron a su Iglesia catedral a
donde celebraron misa y oficios de pontífice concurriéndole a venerarle toda aquella
populosa y noble ciudad y el santo le pagó de contado la honra que le hicieron
dando milagrosa salud a muchos enfermos de muchas enfermedades que seria largo
contarlas entre las cuales fue muy señalada la de una noble doncella que hacia
muchos años que estaba contrahecha de todos sus miembros atados los pies y las
manos y las piernas dobladas que nunca pudo mantenerlas a la que puestas a la
vista del santo cuerpo se desplegaron y se extendieron los dedos de sus pies y
manos y se levantó buena y sana con
admiración y los presentes a voces no cesaban de engrandecer la virtud de
nuestro santo cuyo cuerpo acompañaron al
salir de su ciudad con la misma pompa y devoción que le recibieron el día antes.
Andando su camino llegaron a la celebérrima ciudad de
Paris, corre de los reyes de Francia cuyo obispo encantado vestido de
pontifical salió con el estado eclesiástico y secular hasta el puente de rio a
recibir el santo cuerpo y le colocó en su iglesia catedral con sumptuoso
aparato y celebrando los oficios de pontífice trajeron a la presencia del santo
una mujer sorda y muda de nacimiento, por la cual rogaron todos al santo y
cuyas plegarias llegaron a sus oídos y al instante quedó sana y pagándoles el
buen hospedaje con esta maravilla pasó adelante su camino.
Aquí sucedió otro milagro, pues pasando por el monte de
los mártires vista del célebre monasterio de San Dionisio en tierra de los
reyes de Francia salió un criado de su familia sordo y mudo el cual mirando
como el golpe de las gentes tocaban sus medallas y rosarios del arca en que iba
el santo y que muchos le ofrecían dones llegó con los demás a ofrecer parte de
los que llevaba y al punto que tocó el arca en que iban las preciosas reliquias
se desató la lengua muda y se abrieron las puertas de los oídos cerrados y
quedó sano, por beneficio del gloriosos santo, otro caso bien notable sucedió
en aquel camino que se tuvo por milagros y fue que llegando el santo cuerpo al
pasar un rio de poca agua los cuatros que llevaban las andas de delante guiados
por un puente reusaban mojarse los pies por el vado y los cuatros postreros no
rehusar pasar esta incomodidad por beneficio del santo, hubo porfía entre ellos
y al fin vencieron los que iban adelante, pero por rehusar mojarse las plantas
de los pies se sumieron en el agua y los que entraron por el puente se
quebraron los maderos que pisaron y cayeron en el río de donde lo sacaron bien
mojado quedando milagrosamente el arca por aquella parte anterior en el aire
hasta que la recogieron otros en sus hombro y la pasaron por el vado.
Los embajadores continuaron su camino y el santo con sus
milagros obraba en todas partes con tan gran frecuencia que tejiéramos larga
tela si nos pusiéramos a contarla, sólo uno se refiere obrado en una noble
matrona que estuvo endemoniada 15 años hasta que al ver las reliquias del
glorioso Liborio quedó sana y reconocido su favor le siguió hasta Sajonia
sirviéndole y venerándole y permaneció toda su vida cuidando de su capilla y
altar publicando sus milagros
La fama de tantas maravillas llegó a Sajonia antes que el
sagrado cuerpo, y aumentando el deseo de verle venerarle y poseerle concurrieron de todas partes infinitas gentes
cuya multitud cubría los campos.
Concurrió una gran ola de personas sanas y enfermas a
tocar las sagradas reliquias y cuando entraron en la carpa del río Rin que
divide el ducado de Sajonia, quedó infinitamente gente a la rivera clamando y
otro tanto en la otra parte con el mismo clamor esperándola de rodillas y para
satisfacer la devoción de todos levantaron un altar y celebraron misa en el
campo con la solemnidad posible: luego partieron en procesión con toda la pompa
imaginable del Obispo, clero ciudadano, nobles y plebeyos, músicas y danzas y
muestras de alegría aplaudieron tres millas hasta llegar a la ciudad Padebornense
y el 5 de julio del año 18 del 836 le colocaron en la Iglesia Principal en
lugar suntuosamente dispuesto como patrón universal del rey y el mismo día obró
seis milagros evidentes, sanó a varios enfermos entre ellos a un niño sordo y
mudo de nacimiento y desde entonces hasta hoy no deja de obrar maravillas
confirmando nuestra santa fe a los
fieles de aquel reino convirtiendo a los infieles con tantos y manifiestos
testimonios de la verdadera religión que profesamos; pues en ella la fe
maravillosa es patente, las cuales no se limitan solo a Sajonia, sino que se
extiende a toda la redondez de la tierra y en particular a los enfermos de
piedra orina y mal de hijada. Como lo testifica le experiencia de sus devotos
que le invocan y rezan su antífona y oración.
En este Santísimo
obispo San Liborio tenemos un claro espejo de santidad y un dechado grande de
perfección así mismo un patrón de altísimos merecimientos que intercede por
nosotros tan poderoso que parece que Dios no le niega cosas que por su intercesión
se le pide como lo manifiestan sus tan repetidos milagros. Procuremos pues
mirarnos siempre en él, imitando sus heroicas virtudes valiéndonos de su eficaz
patrocinio en todas nuestras necesidades y aflicciones para que logremos por
aquellos favores de su gracia y alcancemos por su intercesión los eternos gozos
de la gloria. Amén
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