jueves, 6 de septiembre de 2012

PROMOCIÓN VOCACIONAL

PROMOCIÓN VOCACIONAL 2012


logo

Nuestro nuevo logo del Seminario 

SAN LIBORIO (NUESTRO PATRONO)


VIDA DE  SAN LIBORIO OBISPO
CENOMANENSE, FRANCIA

 Siendo el glorioso San Liborio más conocido en España por los muchos  milagros, y maravillas, que continuamente por su intercesión obra el Señor en todo género de persona, y en especial con los que padecen el mal de piedras, orina y riñones, cuya abogacía le ha dado Dios, como lo comprueban los admirables efectos en todas las partes a donde es invocado su favor, y florece la devoción en los corazones de los fieles, aun después de 13000 años. Vamos a colocar un resumen, de lo poco que se sabe, ya que por ser tan antiguo no hay mucha información. Tenemos una recopilación que hizo el V.P. Fr. Lorenzo Surio de varios autores, en el tomo 4 de su historia, el 23 de julio, día en que el santo murió.
Nació en Cenomense una ciudad de Francia y que está cerca de Turón donde San Martín fue obispo y contemporáneo suyo, como nos lo relatan los obispos que le sucedieron.  Su nacimiento probablemente fue por los años trescientos en los principios de aquel siglo, aunque no se sabe en año, ni el día exactamente, sabemos que fue en el tiempo del emperador Teodosio.
De su infancia y juventud, se escribe que desde el pecho de su madre fue inclinado a la virtud, al culto, a la veneración de los santos, a servir en el altar, ocuparse en las celebraciones de la Iglesia, asistir a misa y oír los sermones. No se le vio a este siervo escogido por Dios inclinaciones al mal, mas bien siempre dio olor suavísimo de buenos ejemplos, porque fue humilde como la tierra, obediente y a la voluntad de sus padres y maestros; nunca se le vio desobedecer, ni tuvo riñas o discordias con sus iguales, se mostraba afable a todos y en aquella edad era sensible con los pobres y necesitados; fue siempre pacífico, manso, quieto, temeroso de Dios que se puede afirmar sin temor a equivocarse que se cumple en él lo que dice Isaías 66 “Varón justo y escogido de Dios que se derramó en su alma  la gracia de Espíritu Santo con la abundancia de sus dones…”preparándole así para su futura misión de  prelado, pastor de sus ovejas y maestros de su Iglesia.
Uno de los dones divinos que resplandeció en este santo desde su infancia  fue el entendimiento y la sabiduría; poseía un vivo y despierto ingenio para las letras, habilidad para el estudio. Mas que causarle envidia a sus condiscípulos, le admiraban, le amaban y estimaban reconociendo en sus acciones el don del Espíritu Santo. Enseño a sus discípulos  desde la filosofía humana, la sabiduría divina, el temor de Dios, la piedad con el prójimo, la salvación de las almas, en primer lugar la propia, pues seria un error olvidarse de si mismo por cuidar la salud ajena. Estas y muchas virtudes enseñaba este gran santo, mas con sus ejemplo que con sus palabras.
Llegando  el siervo de Dios a la edad de casarse, lo primero que hizo fue cerrar los ojos a la carne y a todo cuanto brilla en el mundo y es apreciado por los hombres, colocando su mirada en el mayor servicio de Dios y provecho de sus alma; después de mucha oración y consulta con Dios, con personas espirituales, doctas y atendiendo a la mayor gloria de Dios, penitencia, mortificaciones y ayuno, recibe las sagradas órdenes de Subdiácono, Diácono y sacerdocio. Con igual gozo de su alma y júbilo de toda la ciudad, mirándole como Ángel del Cielo cuando estaba en el altar: su modestia, humildad y ejemplo de vida. Faltan palabras y sobran obras, para decir las que el santo hizo en el nuevo estado de sacerdote, si había sido un Ángel ahora era querubín y Serafín; Querubín en la ciencia y Serafín en el amor.
Después que se consagró a Dios, todo su ser lo ofrendó al servicio de Dios, del altar, a los oficios divinos y al de sus hermanos. Como clérigo, guardó la modestia, y compostura, era dócil y manso de condición, prudente y próvido en toda sus acciones, previniendo los riesgos en que podía caer; su manera de ser le colocaba en un estado como si viviera en la corte celestial: tan firme, arraigado en Dios, que de ninguna cosa tuvo temor, en él siempre confió y tuvo firmeza en la fe y tolerancia en los trabajos.  
Fuera de esto, se puso un estilo de vida con rigurosísimas leyes, para no mirar, hablar, gustar, ni oír, sino lo que fuese la voluntad de Dios y repetía muchas veces que no es justo hacer ni apetecer cosa alguna que le pesase después. Traía siempre a mano la regla de la ley y la razón para ajustar todas sus acciones y deseos a la perfección; como el diestro artífice nivela las piedras de su edificio, San Liborio la nivelaba  con la voluntad de Dios, para lo cual usaba de continua mortificación, refrenando sus pasiones para que no pisaran los lindes de la razón y menos de la ley de Dios.
De este continuo estudio y vigilancia que tuvo sobre si mismo le nació el ser tan modesto y tan casto en lo interior y exterior que fue un espejo cristalino de honestidad y santidad a cuantos conversaban con él. Su comida tan moderada que era un continuo y riguroso ayuno, el sueño corto, la oración larga, en su oficio clerical continuo y el más perseverante, era el primero que colocaba el hombro a llevar la carga, imitando a Cristo que puso el suyo a la cruz para salvarnos.
Que diré de su rectitud en la justicia de la equidad en sus determinaciones de su valor en refrenar a los malos, de su piedad con lo pobres y afligidos, la caridad con los enfermos, la asistencia a los hospitales, el amor con que recibía, corregía y animaba a los que venían a sus pies a confesar sus pecados. El tiempo que no gastaba en el culto  Divino y la oración publica lo dedicaba a sus fieles a ejemplo de Cristo y sus apóstoles.
No se puede ocultar la grandeza de las obras que realizó San Liborio, por más que se esboze de nubes, ni pudo este santo, encubrir al mundo los relevantes rayos de sus esclarecidas virtudes, por más diligencias que pudo su profunda humildad. Su fama voló por toda Francia, se extendió por Alemania, Italia y llegó a Roma.
En el año trescientos cincuenta, muere Pavacio el obispo de Cenomanense un varón consumado en todo género de virtudes y como tal llorado por aquella noble ciudad, como huérfana sin padre y destituida de la luz de su maestro, lamentando la triste falta de su doctrina y clamando juntamente a Dios para que le diese un prelado tal, que  restaurase la pérdida del que habían perdido. Después de larga y fervorosa oración acompañada con ayunos, limosnas, penitencia y sacrificios, etc. Vino el Espíritu Santo sobre todos, que hablando por su boca a una voz eligieron a su ciudadano Liborio  tan conocido por el resplandor de sus virtudes, como por el de sus letras y linaje, confesando que en su persona restauraban la pérdida de sus antecesor Pavacio. Todos se alegraban y sólo el santo lloraba teniéndose por indigno de aquella suprema dignidad, la cual reusó cuanto pudo, pero no le valieron sus diligencias. Su elección fue el año trescientos cincuenta, imperando Constancio, no se tiene precisión el día en que sucedió.  
Fue aquel siglo de los más felices que ha tenido la Iglesia porque en él florecieron San Silvestre Papa y el gran Constantino Emperador bautizado por su mano y que ayudó mucho a la Iglesia.  Florecieron así mismo los Santos prelados San Nicolás Obispo de Mira y San Martin Obispo de Turón en Francia, varones tan milagrosos en vida y muerte, fueron los primeros Santos confesores que rezó la Iglesia junto a muchos que hizo alusión el Concilio Niceno,  siguió nuestro glorioso San Liborio no inferior en las virtudes en el celo de las almas, en la vigilancia del oficio pastoral en la muchedumbre y grandeza de milagros.
Nuestro Santo Obispo fue consagrado en la ciudad de Cenomanense, según los ritos de la Iglesia con grandísima solemnidad, cual pueblo de Israel cuando elevándose Elías al cielo dejó en la tierra su discípulo Elíseo que fue todo su consuelo, de la misma manera decían que subiendo al cielo su santo pastor Pavacio le dejó su espíritu dejando como sucesor a San Liborio para que fuese padre, luz, consuelo y esperanza.
San Liborio como antorcha en el candelero de la Iglesia,  comenzó a resplandecer con virtudes y ejemplos admirables que edificaba a todos, con obras de camino hacia el cielo de vida penitente y ejemplar. En el estado clerical hizo vida tan penitente y ejemplar, en el de obispo la hizo más excelente, doblando los ayunos y las vigilias, lacerando su cuerpo con disciplina, silicio y aspereza. Se puso rigurosas leyes de retiro y silencio, cuando le permitían sus obligaciones, gastaba muchas horas en oración retirado con Dios, sus Ángeles y con los santos que moraban en el cielo.  Nunca moró la renta de su obispado como suyas, sino como de los pobres de quien se tenia por siervo y administrador solamente y como tal la repartía, sin tomar para si, más que lo precisamente necesario para sostener la vida.
Comenzando con su persona y familia, trató de reformar las costumbres de sus ovejas enseñándole primero con su ejemplo y después con sus palabras, entabló la distribución del tiempo dando parte a la oración mental como vocal; parte del estudio de las sagradas letras y parte a los negocios ocurrentes en que entraban las causas de los pobres, visita a los hospitales y el consuelo de los huérfanos. Ninguno le vio ocioso, siempre ocupado en tantos ejercicios, y en los ministerios de su obispado, persuadido que le debía dar cuenta a Dios, no solamente de su alma sino de todas las que tenía a su cargo y que debía ser sus vida tanto mejor que la de sus ovejas, nunca dejó de predicarle la Palabra de Dios y proclamarle el santo evangelio, juzgando que como buen pastor todos los días da el pasto a sus ovejas, así le corría la obligación de dar como como pastor, el pasto espiritual  a las suyas; y si bien se mira a todas horas le daba con su ordinario ejemplo que era el sólido y sustancial alimento; porque no hubo virtud que nos procurase entrañarla en el corazón de sus amadas ovejas, nunca persuadiendo alguna que nos la ejerciese primero de que son buenos testigos los historiadores afirmando que el que deseare aprender la honestidad, modesta prudencia, afabilidad,  desprecio de si, la paciencia, integridad de costumbres y la pureza de vida mirándose en la de San Liborio como en cristalino espejo aprendían la perfección de todas la virtudes porque era un dechado de ellas, así obrando y predicando   llegó este pastor incomparable a ser maestro grande y doctor esclarecido rigiendo con la luz de su doctrina. Quitando muchos abusos, arrancando de cuajo las malezas y espinas de muchos vicios convirtiendo gran suma de pecadores, reduciendo a mejor vida y sacando de las tiniebla de sus errores a muchos de sus fieles.
Después de haber, el gloriosos santo las costumbres de su obispado y promovido el estado eclesiástico con el ardiente celo que tenia la gloria de Dios y provecho de las almas, se dedicó al culto divino y en adornarle y disponerle con tal ornato que engendrase devoción en el corazón de todos y a celebrarle.
A este fin y el de cumplir enteramente a sus obligaciones dividió sus rentas en tres partes, la primera para todos los templos vivos de Dios, sus amados pobres con quien fue siempre liberalísimo; la segunda para el culto divino y edificación de los templo ornato de los altares y celebridad de las fiestas de Dios y de sus santos; y la tercera  para el sustento de sus casa y familia siendo aquella tan corta que con dificultad alcanzaba a lo más preciso juzgando que era más justo, que faltase para el que para los pobres y celebridades de las fiestas siendo tal  su devoción que no pocas veces se ocupaba en adornar los altares con sus manos asumiendo el oficio de sacristán diciendo que no era sólo de hombres, sino de Ángeles como camareros de Dios que asisten a sus altares a adornarlos.
Para atraer más a la gente a las celebridades de sus fiestas, a la oración y culto divino, exhortaba a sus pueblo a  la frecuencia de los templos  y oratorios, haciendo que fuesen tan visitados los teatros, las casas de juegos y las de Dios tan olvidadas de los fieles por cuyo motivo: decía, les venia los castigos que padecía y eran juntamente privados de las grandes mercedes que suele el Señor hacer a los que frecuentan sus casas y oratorios. Para esto puso particular cuidado en la música y canto de las horas canónicas y en facilitarles su frecuencia quitándoles todas la dificultades que podían retardarlos, por lo cual considerando que había pocos templo en la ciudad y que muchos por vivir apartados y lejos del comercio  y de los oratorios no venían a ellos; edificó 17 Iglesia en los barrios mas poblados y más retirados del comercio para que teniéndolas a mano la frecuentase, fundó capellanías, rentas para los eclesiástico, curas, beneficiados, sacristanes y clerizones y juntamente confesores que asistiesen a los confesionarios en horas determinadas y proveyó también, de predicadores que dijese la palabra de Dios a los que allí se juntasen y hasta para la cera de los altares y el aceite de las lámpara estableció renta perpetua, para que no le faltase nada cuyas diligencias nacidas de sus santo celo se lograron de manera que las vidas de los hombres se trocaron en vidas de Ángeles y la ciudad parecían un barrio de la corte celestial.
Otras muchas cosas utilísimas estableció en su obispado cuya memoria ha sepultado el tiempo entre las cuales se encuentran las ordenes que se celebró en numero noventa y seis en las cuales ordenó doscientos dieciséis sacerdotes  siento setenta y seis diáconos y noventa y tres sub diáconos  y otra gran suma de clérigos de órdenes menores; conformó convenio para el servicio de las Iglesia y culto divino exhortando a todos a vivir ejemplarmente, que fuesen normas de santidad a los seglares como los Ángeles, respectos de los hombres.
Cuarenta y nueve años había gobernado Liborio su Iglesia como santo solícito pastor amado de Dios y de los hombres resplandeciendo en el mundo como un sol de gran santidad y raro ejemplo de devoción: cuando llegó el año cuatrocientos año de júbilo universal para todos en que según la ley antigua todas las cosas volvían a su dueño y los siervos a su libertad Dios le concedió a su fidelísimo siervo Liborio, saliese de la esclavitud de este mundo y volviese a la patria celestial y su alma que había salido de las manos de Dios, volviese a él , llenas de  altas riquezas y grandes merecimientos para gozar de la gloria que tiene prometida a los manso y humildes de corazón.
Entrando pues, en el año cincuenta de su obispado y cerca de ciento de su edad le dio una flaqueza grande con penosos accidentes que le llevaron a la cama  faltándole las fuerzas para trabajar y luego conoció el siervo de Dios que era aviso del altísimo que tocaba a su puerta con aquella enfermedad y le llamaba la partida a la patria celestial y dando muchas gracias cantó como cisne aquel verso de David: Letatus sum in bis, qua dicta funt mibi: in domum domini ibimus .(Sal 121) mi alama se goza con la nueva que me dan de que la fe lleva a la partida de la casa del Señor y dando de mano a todas las cosas de este mundo, fijó los ojos de los de su alma en la celestiales y divinas disponiéndose para la partida a la eternas moradas donde estuvo siempre con el corazón.
Tuvo (como dijimos arriba) el glorioso San Liborio el conocimiento con el bienaventurado San Martin obispo de Turón y reconociendo que se llegaba el tiempo de su partida deseó verle aquella hora y recibir de su mano los santos sacramentos de la Iglesia y encomendarle sus ovejas, como gran santo y pastor. Dios nuestro Señor siempre atento al consuelo de sus siervos envió un Ángel a San Martín el cual le dijo en oración que fuese a la ciudad de Cenomayna porque su amigo el obispo estaba enfermo de partida para el cielo y la voluntad de Dios era que le asistiesen aquel trance postrero. Oída esta embajada el santo obispo se puso en camino, con gran diligencia a ver a su amigo deliberando por el camino qué persona había de quedar en su silla como obispo de aquella ciudad; y entrando por unas viñas vio a un diácono llamado Victurio discípulo querido de San Liborio el cual estaba  rezando las horas canónicas de la Iglesia con mucha devoción y en compañía de los Ángeles cantando las alabanzas de Dios. San Martín se detuvo contemplando atentísimamente su modestia y devoción. Y  Dios le reveló que aquel era el escogido como sucesor de San Liborio  y llegándose cerca le saludo con mucha claridad y muestras de benevolencia diciendo: Dios os guarde y prospere nuestro futuro obispo; el buen diácono se humilló al oír estas palabras. Turbado, enmudecido su lengua, sin hallar respuesta a tales palabras San Martín persiguió diciendo y haciendo  le dio su báculo exhortándole a recibir aquella dignidad que Dios le enviaba.
Llegó el santo a la ciudad, adonde halló a San Liborio en el extremo de su vida y su principio de la eternidad, aquí faltan palabras para declarar el júbilo espiritual que tuvieron los dos santísimos obispos en esta visita: abrazándose ternísimamente y bañados en un mar de gozo y confortación.
Acercándose a San Liborio la hora de la partida, San Martin le administró los santos sacramentos de la Eucaristía y extremaunción con inefable devoción de ambos santos y con la misma le asistió hasta que expiró acompañándole los ángeles que llevaron su alama a la corte celestial y la presentaron a la majestad de Dios.
El glorioso San Martín dispuso su entierro en un templo sumptuoso, que Juliano, primer obispo de la ciudad había edificado en nombre de los doce apóstoles  de Cristo en sepulcro honorífico y fue muy conveniente que tuviese lugar en los apóstoles ya que había sido apóstol en la vida y en la predicación. Innumerables pueblos acudió a las honras llorándoles como Padre y venerándoles como santo, procurando por si alcanzar cada uno algo de sus reliquias por las cuales obró Dios muchos milagros, lanzando demonios de los cuerpos y sanando de varias enfermedades, paralíticos, cojos, mancos epilépticos aquejados de mal de hijada, piedra y orina. Declarando el cielo que le daba la abogacía de estas enfermedades como se ve hasta hoy en los muchos que por su intercesión sanan.
Acabadas las exequias según los ritos de la Iglesia hizo San Martín al pueblo de sus loores, alabanzas como verdaderos santos que dio y da el cielo continuamente testimonio con innumerables milagros que obra por su intercesión en ambas partes, acabado el sermón juntó el clero y por voto de todos declaró y consagró al diácono Victurio como obispo de aquella ciudad y sucesor de San Liborio a quien imitó en la vida y vigilancia de tanto, y vigilante prelado.
La muerte de San Liborio fue el 23 de julio del año 400, siendo (según el cardenal Baronio) pontífice Anastasio y emperadores los dos hermanos hijos del gran Teodosio, Honorio y Arcadio. El martirologio  romano dice que fue obispo cuarenta y nueve años y alcanzó el reinado de Valentiano, Graciano y Teodosio.
En la vida que anda impresa del invicto emperador Carlos Magno llamado el santo por sus heroicas virtudes. Este emperador a costa de inmenso trabajo y sangre de los suyos se dedicó a reducir entre sus moradores la idolatría e introducirlo a la verdadera fe de Cristo, deseando amplificar la religión cristiana y el imperio del verdadero Dios por lo cual a costa y diligencia edificó templos levantó Iglesias, adornó las imágenes, las enriqueció de ornamentos, cálices, y  vasos para el uso del altar; llevó obispos, clérigos y religiosos y predicadores para que estableciesen el culto divino y alumbrasen a aquella gente bárbara ciega en la idolatría y hechicerías, con la luz del santo evangelio. Reduciéndolos juntamente a una vida política y sociable en ciudades en los pueblo de los montes y selvas en que habitaban como fieras por los cual los historiadores de su tiempo  le dan título de apóstoles de Sajonia, como a San Gregorio Magno Inglaterra por haber enviado a ella varones apostólicos que la convirtieron.
Una, pues, de las principales ciudades de Inglaterra es la Padebornonce, esta Iglesia catedral y su obispo de los primeros del Reino a donde al dicho emperador Carlos venia muchas veces a morar y descansar en ellas, el Sumo Pontífice León lo honró con su preferencia cuando vino de Roma a pedir de Carlos Magno que le restituyese en su silla de la cual le había echado el rey de los longobardos con violencia y pasando el tiempo se llegó el año 836 del nacimiento de Cristo, nuestros Señor en que habiendo tomado la silla de aquella Iglesia fuese electo obispo Badurado varón de gran celo de la gloria de Dios, aumentó el culto y provecho de las almas , el cual viendo  que muchos de sus feligreses no bien arraigados en la fe se volvían al gentilismo y a las hechicerías antiguas deseó grandemente atajar este gran contagio y poner freno a tan pernicioso vicio. Y después de larga oración y prudente consulta con las personas de su Iglesia se resolvió la necesidad de traer a su ciudad algunas celebres reliquias del santo muy nombrado y milagroso.
Tomada esta resolución no fue fácil la ejecución de ella así por la dificultad de hallar tal reliquia como después de hallada; alcanzar que se la dieran los que la poseían, pero no se acobardó el ánimo del buen prelado con estas buenas dificultades, porque lleno del espíritu y confianza en la divina providencia, publicó ayuno en su obispado, hizo públicas procesiones, ofreció sacrificio y limosnas con tal afecto y perseverancia que mereció alcanzar de Dios los que pedía. Enviándoles su divina majestad un Ángel que le dijo que enviara a sus embajadores a la ciudad de Cenomayna, a donde tendría logro su deseo. Recibió este oráculo divino con increíble gozo de su alma con acuerdo de ambos cabildos eclesiásticos y seglares. Diputaron cuatro personas, dos eclesiásticas y dos seglares que fuesen con cartas al rey de Francia,  Ludovico como suyas a la dicha ciudad y obispo a donde llegaron el 14 de mayo del año 18 y fueron de él bien recibidos y considerada la causa de su venida y la importancia de su pretensión para el bien de aquella tierra  moviendo Dios su corazón se determinaron a darle el cuerpo de San Liborio, celebérrimo en santidad y milagros.
Tomada esta resolución trato de ponerla en  ejecución, pero la devoción de la ciudad y el sentimiento de sus moradores y sobrantes contradicción clamando todos  por el santo prelado que era todo su consuelo, amparo, defensa y patrón con Dios pero al fin como era disposición del cielo venció la resolución del obispo el cual, vestido de pontifical vino de la Iglesia catedral a donde los santos apóstoles, lugar donde estaba el santo, y abrió el arca de sus apóstoles y salió un olor celestial que recreo a cuantos se hallaron presentes sintiendo en sus corazones una suavidad y devoción grande reconociendo que era la reliquia de San Liborio que buscaban , la entregaron   a los embajadores padebornense que la recibieron con profunda reverencia y cual estima y devoción; y en el mismo día fue nuestro Señor servido de regalar a su pueblo por medio del santo, los milagros siguientes.
A la misma hora que se abrieron las sagradas reliquias a puerta cerrada para escusar el tumulto de la gente que estaba afuera, una mujer que hacia muchos años que sufría de ceguera, tan sólo al pronunciar su nombre  recobró la vista enteramente con igual gozo suyo y admiración del pueblo que mirando tan evidente milagro prorrumpió con grandes voces en alabanza de Dios y de San Liborio las cuales oyó el obispo con su clero y derramando dulces lágrimas de devoción cantaron himnos y oraciones en loor y alabanza de su santo Pastor que vivo y difunto no cesaba de favorecer y sanar a sus ovejas. A la fama de este milagro  vino otra devota matrona con su hijo atormentado por el demonio como el que trajeron a Cristo, sus padres que lo echaba al agua y al fuego y los apóstoles no habían podido sanarle, así no había alcanzado salud para su hijo esta matrona y muchos santuarios que había visitado hasta que llegando este Día al pueblo en que el sagrado cuerpo de San Liborio estaba en las manos de los sacerdotes y rogándole con lágrimas tuviese misericordia de su hijo que le ofrecía; al punto que salió el demonio de su cuerpo y le dejó libre y sano con admiración de todos tanto eclesiásticos como seglares a una voz dieron gracias a Dios y al santo por los favores recibidos.
Luego ordenó el obispo que todos en procesión con la solemnidad posible llevasen el santo cuerpo a la Iglesia catedral para entregarle allí solemnemente a los embajadores referidos y al entrar por las puertas dio salud milagrosamente a un cojo que padecía muchos años defectos en las piernas  y al tiempo que inclinó la cabeza para reverenciarle pidiéndole favor, el santo se la dio con la salud y fuerzas para seguirle.
Mayor milagro fue el que Dios obró por su medio poco después en la misma Iglesia  dando salud a un hombre que había nacido con los pies y piernas áridas semejantes al que los apóstoles sanaron a la puerta del templo de Jerusalén porque oyendo los milagros que el santo sanaba y trajeron a la Iglesia y acercándose al santo cuerpo de San Liborio sintió fuerzas en la piernas hasta entonces secos y muertos, sin vida ni fuerzas para nada y lleno de gozo saltó y corrió a echarse a los pies del santo dándole infinitas gracias.
Aquella noche quedó el santo cuerpo en la Iglesia catedral, un ciego de nacimiento se acercó a visitarle como el que sanó Cristo  y recibió los ojos y la vista para ver la sagrada reliquia por cuya virtud a poco tiempo fue libre un endemoniado del mal espíritu que le atormentaba quedando del todo sano.
La muchedumbre de la gente que concurrió de todas partes fue tanta que el obispo temió que le impidieran dar el santo cuerpo a los embajadores, ordenó de mañana una solemne procesión;  con toda música y aparato posible vinieron a la Iglesia de San Vicente que estaba a la puerta de la ciudad para hacer allí la entrega, pero el alarido del pueblo que creció con los milagros fue tan grande lamentándose que le quitaban su patrón, su padre, su pastor y defensor y medianero con Dios, todo su consuelo y amparo armándose contar el obispo que para quitarlos les hizo una larga plática diciéndoles que allí le quedaban muchos cuerpos de otros santos y que Sajonia recién convertida necesitaba de amparo y que Dios había declarado con aquellos milagros que era su voluntad que fuera San Liborio a honrarlos, el cual desde el cielo siempre lo defendería como su Patrono y Padre.  
Se  hizo la entrega solemne a los embajadores con indecible gozo de sus almas y con el mayor aparato que pudieron se lo llevaron, siguiéndolo  mucha gente, regando el suelo con lágrimas y obrando en todas partes Dios muchos milagros por él.  
No se puede explicar con pocas palabras el gozo con que los embajadores padebornense caminaban con el rico tesoro del santo cuerpo a Sajonia, el cual siempre el mismo favorecía y consolaba a los que devotamente le invocaban y como el sol en el curso de su carrera no cesa de alumbrar y fertilizar la tierra de sus rayos e influencias de la misma manera el nuevo sol espiritual de San Liborio en el discurso de su camino no cesó de alumbrar al mundo con los rayos de santidad y fertilizarles con las saludables influencias de sus milagros de que son buenos testigos los que ahora refieren.
Al primer lugar donde llegó el santo cuerpo se llama Pontieuva no lejos de la ciudad de Cenomayna le siguió un hombre mudo y sordo con grande confianza de alcanzar grande salud. Levantando los brazos al arca en que iba y clavándolos ya en ella, y en el cielo donde el santo moraba no se hizo sordo a sus gemidos, le dio oídos para oír y lengua para hablar sin cesar un momento le dio infinita gracias por la merced que le hizo publicando a todos, su gran misericordia y santidad
El día siguiente pasaron a otro pueblo y depositaron el santo cuerpo en la Iglesia de San Merardo  de igual veneración y frecuencia en toda aquella tierra a donde les vino siguiendo una mujer muy afligida que toda su vida había padecido gravísima enfermedad sin hallar remedio en médicos, ni en medicina, ni en los santuarios que había visitado y oyendo las maravillas que Dios obraba por San Liborio le seguía pidiéndole a voces remedio para su enfermedad, el santo la oyó y sanó al tiempo que llegaba a la ciudad, hallándose en entera salud la que había padecido toda su vida penosa enfermedad.
Prosiguiendo el camino llegaron al templo de San Sinforio, no menos célebre en aquel país que el pasado a donde hospedaron a San Liborio y parece que en todas partes parece que quiso pagar el hospedaje o hacer ostentación de su santidad y poder contra los espíritus malignos. Porque entrando a su vista una mujer atormentada por muchos años de los espíritus infernales, como la luz destierra las tinieblas así la presencia de la reliquia de San Liborio desterraron aquella furia tenebrosa que tantos años habían habitados en el cuerpo de aquella mujer quedando libre de su tiranía buena y sana y sumamente agradecida y devota al santo que la había sanado.
Continuando su camino, llegaron al monasterio de San Sulpicio, cuyos venerables monjes recibieron el santo cuerpo con gran solemnidad y concurrió de los pueblos a venerarle y pedirle mercedes, entre los cuales trajeron en un carretoncillo a un hombre pobre, contrahechos de pies y manos las rodillas casi pegadas al pecho y los dedos trabados sin poderse menear ni entender andando siempre en manos ajenas: los ojos y la boca que tenia libres puso en San Liborio, mirando su santo Cuerpo con gran afecto de su alma y pidiéndole a voces misericordia y salud, la cual sin más plazo se la dio el Santo. Sintiéndose sano de sus miembros al tiempo que invoco su favor y con gran consuelo se arrojó a los pies de San Liborio  dándole mil gracias  por la salud que le había dado.  
Del monasterio de San Sulpicio pasaron a un tempo dedicado a San Pedro y a San Pablo y en el camino sanó a un endemoniado que muchos días había padecido la opresión de los espíritus infernales los cuales le dejaron libre  a la preferencia del santo.
Consolados y gozosos, los embajadores  con tantas  y tan grandes maravillas  como continuamente Dios obraba por su santo prelado todo el trabajo del camino  se le convertía en descanso, alegrísimos y devotos con la compañía que llevaban con la cual vinieron a la amplísima ciudad  de Carloto, a la razón de su obispo Bernuino, varón tan santo como anciano celebra sínodo diocesano con la flor de la Clerecía de su obispado, el cual así como supo que llegaba el santo cuerpo a sus ciudad salió con todos sus clérigos y capitulares en procesión, buen trecho antes que llegase con la música y aparato posible y recibió el santo cuerpo postrados todos a sus pies adorándole y reverenciándole con grandísima devoción y lo llevaron a su Iglesia catedral a donde celebraron misa y oficios de pontífice concurriéndole a venerarle toda aquella populosa y noble ciudad y el santo le pagó de contado la honra que le hicieron dando milagrosa salud a muchos enfermos de muchas enfermedades que seria largo contarlas entre las cuales fue muy señalada la de una noble doncella que hacia muchos años que estaba contrahecha de todos sus miembros atados los pies y las manos y las piernas dobladas que nunca pudo mantenerlas a la que puestas a la vista del santo cuerpo se desplegaron y se extendieron los dedos de sus pies y manos y se levantó buena y sana  con admiración y los presentes a voces no cesaban de engrandecer la virtud de nuestro santo  cuyo cuerpo acompañaron al salir de su ciudad con la misma pompa y devoción que le recibieron el día antes.
Andando su camino llegaron a la celebérrima ciudad de Paris, corre de los reyes de Francia cuyo obispo encantado vestido de pontifical salió con el estado eclesiástico y secular hasta el puente de rio a recibir el santo cuerpo y le colocó en su iglesia catedral con sumptuoso aparato y celebrando los oficios de pontífice trajeron a la presencia del santo una mujer sorda y muda de nacimiento, por la cual rogaron todos al santo y cuyas plegarias llegaron a sus oídos y al instante quedó sana y pagándoles el buen hospedaje con esta maravilla pasó adelante su camino.
Aquí sucedió otro milagro, pues pasando por el monte de los mártires vista del célebre monasterio de San Dionisio en tierra de los reyes de Francia salió un criado de su familia sordo y mudo el cual mirando como el golpe de las gentes tocaban sus medallas y rosarios del arca en que iba el santo y que muchos le ofrecían dones llegó con los demás a ofrecer parte de los que llevaba y al punto que tocó el arca en que iban las preciosas reliquias se desató la lengua muda y se abrieron las puertas de los oídos cerrados y quedó sano, por beneficio del gloriosos santo, otro caso bien notable sucedió en aquel camino que se tuvo por milagros y fue que llegando el santo cuerpo al pasar un rio de poca agua los cuatros que llevaban las andas de delante guiados por un puente reusaban mojarse los pies por el vado y los cuatros postreros no rehusar pasar esta incomodidad por beneficio del santo, hubo porfía entre ellos y al fin vencieron los que iban adelante, pero por rehusar mojarse las plantas de los pies se sumieron en el agua y los que entraron por el puente se quebraron los maderos que pisaron y cayeron en el río de donde lo sacaron bien mojado quedando milagrosamente el arca por aquella parte anterior en el aire hasta que la recogieron otros en sus hombro y la pasaron por el vado.  
Los embajadores continuaron su camino y el santo con sus milagros obraba en todas partes con tan gran frecuencia que tejiéramos larga tela si nos pusiéramos a contarla, sólo uno se refiere obrado en una noble matrona que estuvo endemoniada 15 años hasta que al ver las reliquias del glorioso Liborio quedó sana y reconocido su favor le siguió hasta Sajonia sirviéndole y venerándole y permaneció toda su vida cuidando de su capilla y altar publicando sus milagros
La fama de tantas maravillas llegó a Sajonia antes que el sagrado cuerpo, y aumentando el deseo de verle venerarle y poseerle  concurrieron de todas partes infinitas gentes cuya multitud cubría los campos.
Concurrió una gran ola de personas sanas y enfermas a tocar las sagradas reliquias y cuando entraron en la carpa del río Rin que divide el ducado de Sajonia, quedó infinitamente gente a la rivera clamando y otro tanto en la otra parte con el mismo clamor esperándola de rodillas y para satisfacer la devoción de todos levantaron un altar y celebraron misa en el campo con la solemnidad posible: luego partieron en procesión con toda la pompa imaginable del Obispo, clero ciudadano, nobles y plebeyos, músicas y danzas y muestras de alegría aplaudieron tres millas hasta llegar a la ciudad Padebornense y el 5 de julio del año 18 del 836 le colocaron en la Iglesia Principal en lugar suntuosamente dispuesto como patrón universal del rey y el mismo día obró seis milagros evidentes, sanó a varios enfermos entre ellos a un niño sordo y mudo de nacimiento y desde entonces hasta hoy no deja de obrar maravillas confirmando nuestra santa fe  a los fieles de aquel reino convirtiendo a los infieles con tantos y manifiestos testimonios de la verdadera religión que profesamos; pues en ella la fe maravillosa es patente, las cuales no se limitan solo a Sajonia, sino que se extiende a toda la redondez de la tierra y en particular a los enfermos de piedra orina y mal de hijada. Como lo testifica le experiencia de sus devotos que le invocan y rezan  su antífona y oración.
 En este Santísimo obispo San Liborio tenemos un claro espejo de santidad y un dechado grande de perfección así mismo un patrón de altísimos merecimientos que intercede por nosotros tan poderoso que parece que Dios no le niega cosas que por su intercesión se le pide como lo manifiestan sus tan repetidos milagros. Procuremos pues mirarnos siempre en él, imitando sus heroicas virtudes valiéndonos de su eficaz patrocinio en todas nuestras necesidades y aflicciones para que logremos por aquellos favores de su gracia y alcancemos por su intercesión los eternos gozos de la gloria. Amén